domingo, 20 de enero de 2019

Un tiro en la nuca

20 de enero de 2019.

Por: Raúl Kollmann.

Vuelco inesperado en el caso más resonante de fines de 2018, el asesinato de una pasajera en un micro repleto. La investigación reveló que no la mataron los delincuentes, como se había difundido, sino un policía de la Ciudad que usó su arma sin tener en cuenta la vida de los pasajeros.




Uno de los más resonantes casos de los últimos tiempos produjo esta semana una enorme sorpresa: la muerte de una pasajera en un micro en Esteban Echeverría, el 27 de diciembre de 2018, no fue obra de ladrones que subieron al vehículo sino de un policía de la Ciudad de Buenos Aires, imbuido de la doctrina impulsada por Patricia Bullrich. El efectivo disparó cuatro veces en un micro repleto, produciendo la muerte de la pasajera Sandra Rivas, de 46 años. Un dato no menor es que el efectivo tiene 19 años, había egresado de la academia el 11 de diciembre de 2018 y disparó dentro del micro el 27, a apenas 16 días de ser policía. Se ve que la doctrina Bullrich impacta de lleno en los nuevos efectivos, cuando lo que se debería instruir es el uso de arma sólo en casos de extrema necesidad y nunca poniendo en riesgo la vida de inocentes.

El caso produjo un impacto mayúsculo porque se situó a la víctima como protagonista de una historia dramática. Otra pasajera contó que ella empezó a gritar “no quiero morir, no quiero morir” y Rivas la cubrió, recibiendo el disparo. La investigación y las pericias ordenadas por el fiscal Andrés Devoto no sólo demostraron que la muerte se produjo por uno de los cuatro disparos del policía sino que tampoco está claro que los delincuentes hayan disparado: no se encontró ningún proyectil ni vaina salida de otra arma que no fuera la del policía.

Junto al efectivo que disparó, en el asiento contiguo, viajaba otra mujer policía, pero de una fuerza distinta: la Bonaerense. La mujer mantuvo la calma y no disparó, contradiciendo la tradición de su fuerza. Cuando uno de los delincuentes salió corriendo, entre los dos efectivos lo persiguieron, no pudieron alcanzarlo pero pidieron un refuerzo y un patrullero de la Bonaerense lo redujo sin disparar un tiro. No se aplicó la doctrina Chocobar-Bullrich de tirarle al que huye. Tal vez la mujer policía, en el micro, tuvo en cuenta la ley 13.482 de la Provincia de Buenos Aires, dictada durante la gobernación de Felipe Solá y que establece para los efectivos: “recurrir al uso de armas de fuego solamente en caso de legítima defensa propia o de terceros y/o situaciones de estado de necesidad en las que exista riesgo de afectar la vida humana”.La norma expresamente indica que se privilegia la vida sobre la propiedad, o sea que no se puede disparar cuando sólo se trata de preservar bienes de un robo. Tras la detención, ambos delincuentes están ahora presos y afrontan altas penas, al menos por el delito de robo con armas.

Inicialmente se creyó que los dos ladrones, Gabriel Ledesma y Mauricio Parodi, fueron los que dispararon y dieron muerte a Rivas, sentada en la parte delantera del ómnibus. En especial jugó un papel la sangre que le vieron a la mujer en la cara, arriba de la nariz, y luego el relato de la pasajera que contó que Rivas la protegió. Sin embargo, la autopsia ordenada por el fiscal Devoto demostró que la sangre en la cara correspondía al orificio de salida y que la bala entró desde atrás, atravesando el asiento, ingresando en el cráneo y saliendo por adelante. Los asientos del micro La Costera, de media distancia, son altos y por eso la trayectoria atravesó el respaldo e impactó en la mujer. Eso prueba que los disparos vinieron de atrás, donde estaba el policía, y no de adelante donde estaban los delincuentes.

El jueves pasado se concretó la pericia planimétrica, o sea el estudio, incluso con rayos laser, de las trayectorias de las balas y dónde estaba ubicada cada persona. Ese estudio confirmó lo que era evidente. El policía de la Ciudad, colocado en la tercera fila contando desde el fondo, gritó ¡Alto, policía!, disparó en diagonal, de atrás hacia adelante, donde estaban los delincuentes, y también en dirección al lugar donde estaba sentada Sandra. La proyección con laser se convirtió en una prueba indubitable.

Pero, además, en el asiento ubicado inmediatamente adelante de donde estaba el discípulo de Bullrich se encontraron las vainas servidas de los cuatro disparos que hizo. Se trata de vainas de proyectiles FLB, iguales a las que tenía el joven uniformado en el cargador y distintas a los proyectiles CBC que tenía la mujer-policía de la Bonaerense. También se encontraron el resto de los impactos del policía: uno en el vidrio de adelante, otro que hirió a uno de los ladrones y el cuarto en el brazo de otro de los ladrones. En todo el micro no se encontraron más vainas ni proyectiles que esos, lo que –en principio– significa que no disparó nadie más. Hubo otro pasajero herido, lo que hace presumir que la bala que atravesó el brazo del pasajero fue la que terminó en el parabrisas, pero eso no está claro.

Como ocurrió con la joven que gritaba “no quiero morir”, los balazos adentro del micro crearon una enorme confusión. Los testigos no pudieron percibir bien quién disparó y quién no disparó, por lo que hay algunos que dijeron que los ladrones dispararon y los policías no, y algunos que dieron la versión opuesta. Sí está perfectamente claro que al menos uno de los delincuentes –vestido con camiseta de Boca– exhibió un arma, mientras que no se sabe si el otro estaba o no armado. Los testimonios son contradictorios. Los dos fueron detenidos, pero se encontró una sola pistola, con el cargador vacío, así que es muy probable que el de la camiseta de Boca no haya disparado. Y es posible que el otro delincuente no haya portado arma. En medio del caos, los testigos no son muy confiables y el fiscal Devoto debió orientarse por los elementos objetivos: balas, vainas, pistola encontrada.

Un dato asombroso está relacionado con el proyectil que mató a Sandra. Ella viajaba en las primeras filas, en el asiento del pasillo. A su lado se ubicó su hija, que tenía frente a sí un bolso con el cierre roto. Al día siguiente de la muerte de Sandra, la hija revisó el bolso y se encontró con un proyectil, también de la marca FLB, la del policía de la Ciudad. La hipótesis es que la bala atravesó el asiento, luego impactó en la cabeza de Sandra, salió arriba de la nariz y cayó en el bolso. La pericia se hará este martes, aunque no tiene la relevancia de la planimetría dado que no se sabe si se va a poder determinar que corresponde al proyectil que mató a la mujer. La planimetría es decisiva porque del lado de atrás del micro no había delincuentes sino que estaba los dos policías, el que disparó y la mujer policía que no lo hizo.

El impacto de la doctrina de meter bala es evidente: cualquier uniformado siente que tiene libertad para disparar y, por supuesto, aparecen de inmediato los que se sienten justicieros, piensan que los van a galardonar, y disparan incluso dentro de un micro repleto de gente. Llevar a la Casa Rosada a un efectivo –Chocobar– que le disparó a un ladrón por la espalda es un mensaje a todos los policías. Igual efecto tiene exhibir un reglamento, inconstitucional, que deja las manos libres para usar el arma aún si no es estrictamente necesario. O defender a los que le tiraron, también por la espalda, a Rafael Nahuel, o a los que corrieron de forma ilegal a Santiago Maldonado, son todos gestos que alientan a disparar aún a riesgo de matar a alguien que pasa o a alguien sentado en el asiento de un micro.

Para el policía lo ocurrido también tiene un costo: de hecho el efectivo de la Ciudad fue notificado de que será imputado por homicidio. Es muy posible que termine acusado por homicidio culposo, es decir no intencional, pero afronte una condena penal y una posible inhabilitación por muchos años.

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